Yolanda Reyes
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Las cuatro paredes de la casa son la primera imagen del mundo; los valores, las actitudes, los modos de ser, de sentir y de pensar, la manera de mirar, tienen sus raíces en esa primera escuela. En las casas no se habla de objetivos, ni metodologías, se vive simplemente y es en ese fluir de la vida, sin planificar, donde crece la gente. La escuela tiene mucho que envidiar a ese “sistema pedagógico”, donde todo sucede de una manera más espontánea y más real.
Los padres no son maestros sino padres, esta afirmación vale para todos los asuntos de la vida. El hogar proporciona el contexto, el para qué; el es el nido en el que la lectura encuentra o desencuentra un sentido primordial, es ahí donde se ubica el papel de los padres como insustituible. La lectura comienza en la casa y está ligado a los orígenes de los seres humanos, a sus historias familiares, entre otras cosas. La escuela debe encargarse de los estilos y de las técnicas, debe enseñar el manejo y los trucos del código.
Los padres no son maestros sino padres, esta afirmación vale para todos los asuntos de la vida. El hogar proporciona el contexto, el para qué; el es el nido en el que la lectura encuentra o desencuentra un sentido primordial, es ahí donde se ubica el papel de los padres como insustituible. La lectura comienza en la casa y está ligado a los orígenes de los seres humanos, a sus historias familiares, entre otras cosas. La escuela debe encargarse de los estilos y de las técnicas, debe enseñar el manejo y los trucos del código.
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Las primeras etapas en la formación del lector.
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1. Yo no leo. Alguien me lee, me descifra y escribe en mí: Al nacer llegamos a un mundo que ha sido construido con los significados que otros han ido construyendo. No entendemos nada hasta que aparece alguien que lo lee, que lo descifra y que funda en él los primeros significados. Es la madre la que le imprime significado al llanto de su bebé, ella ha “leído” ese llanto, que le ha dado distintas significaciones y que con este acto intuitivo de comunicación, ha abierto la puerta a la experiencia del lenguaje y de la lectura, que en su acepción más amplia, tiene que ver con fundar sentidos.
Antes del primer año de vida están los libros sin páginas, todo ese torrente de tradición oral que los padres recuerdan. Tan pronto como el niño se sienta, aparecen los primeros libros de imágenes, libros sencillos que cuentan historias o muestran objetos cercanos a la experiencia del niño. Son los padres quienes introducen al niño en otro orden simbólico, que es el mundo de los libros. A través de ellos se enseña que las historias se organizan en un espacio: de izquierda a derecha, para el caso de nuestra cultura occidental. Después el tiempo mítico tiene su expresión literaria en los cuentos de hadas tradicionales o en los cuentos contemporáneos, con personajes fantásticos, a través de ellos los niños van aprendiendo mucho, por ej: que las palabras se agrupan unas al lado de las otras en una cadena y que gracias a esas agrupaciones y a la posición de cada palabra en la cadena, se van construyendo y modificando los significados. Así los padres han construido un nido completo, un entorno para la lectura, una cantidad de demostraciones viscerales a la pregunta del “Para qué leer”, que es la pregunta por el sentido vital de la lectura y que es la que, en definitiva, produce el deseo, o lo que los maestros, para simplificar llaman ‘motivación”.El protagonismo de los padres, dando ahora soporte y contexto a la alfabetización, será imprescindible para el éxito del lector alfabético.
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2. Segunda etapa: Yo empiezo a leer con otros: En etapa los padres deben demostrar que ese sentido básico de la lectura experimentado durante la 1ª infancia, se mantiene, a pesar de las dificultades que implican el aprendizaje y el dominio progresivo del código escrito.
En primer lugar, hay que hacer sentir importantes a los hijos que se inician en la lectura, es aconsejable realizar lecturas prácticas, por ej. Leer juntos una receta para preparar a la hora de la comida, pedir que traigan el cuento que dice tal cosa en la carátula o buscar en el periódico el teatro donde dan una buena película, valiéndose de dibujos, signos y letras para encontrarla.
En segundo lugar, resulta fundamental continuar leyéndoles buenas historias, sin abandonarlos en la mitad del camino. Un padre leyendo en voz alta es el mejor modelo para un lector que se inicia, pues le enseña mucho sobre la lectura a su hijo: las pausas, las entonaciones, los matices de la voz ligados a los sentidos.
En tercer lugar, es importante que se mantenga viva la fe en la magia de los libros. Mientras los niños compartan con su padre o con su madre ese sentido crucial de la lectura, irá creando también un hábito. Entonces irá valorando los libros y los comparará y poco a poco irá teniendo más herramientas para saber cuáles le gustan más y cuáles son sus intereses...
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Antes del primer año de vida están los libros sin páginas, todo ese torrente de tradición oral que los padres recuerdan. Tan pronto como el niño se sienta, aparecen los primeros libros de imágenes, libros sencillos que cuentan historias o muestran objetos cercanos a la experiencia del niño. Son los padres quienes introducen al niño en otro orden simbólico, que es el mundo de los libros. A través de ellos se enseña que las historias se organizan en un espacio: de izquierda a derecha, para el caso de nuestra cultura occidental. Después el tiempo mítico tiene su expresión literaria en los cuentos de hadas tradicionales o en los cuentos contemporáneos, con personajes fantásticos, a través de ellos los niños van aprendiendo mucho, por ej: que las palabras se agrupan unas al lado de las otras en una cadena y que gracias a esas agrupaciones y a la posición de cada palabra en la cadena, se van construyendo y modificando los significados. Así los padres han construido un nido completo, un entorno para la lectura, una cantidad de demostraciones viscerales a la pregunta del “Para qué leer”, que es la pregunta por el sentido vital de la lectura y que es la que, en definitiva, produce el deseo, o lo que los maestros, para simplificar llaman ‘motivación”.El protagonismo de los padres, dando ahora soporte y contexto a la alfabetización, será imprescindible para el éxito del lector alfabético.
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2. Segunda etapa: Yo empiezo a leer con otros: En etapa los padres deben demostrar que ese sentido básico de la lectura experimentado durante la 1ª infancia, se mantiene, a pesar de las dificultades que implican el aprendizaje y el dominio progresivo del código escrito.
En primer lugar, hay que hacer sentir importantes a los hijos que se inician en la lectura, es aconsejable realizar lecturas prácticas, por ej. Leer juntos una receta para preparar a la hora de la comida, pedir que traigan el cuento que dice tal cosa en la carátula o buscar en el periódico el teatro donde dan una buena película, valiéndose de dibujos, signos y letras para encontrarla.
En segundo lugar, resulta fundamental continuar leyéndoles buenas historias, sin abandonarlos en la mitad del camino. Un padre leyendo en voz alta es el mejor modelo para un lector que se inicia, pues le enseña mucho sobre la lectura a su hijo: las pausas, las entonaciones, los matices de la voz ligados a los sentidos.
En tercer lugar, es importante que se mantenga viva la fe en la magia de los libros. Mientras los niños compartan con su padre o con su madre ese sentido crucial de la lectura, irá creando también un hábito. Entonces irá valorando los libros y los comparará y poco a poco irá teniendo más herramientas para saber cuáles le gustan más y cuáles son sus intereses...
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3. Tercera etapa: el lector que lee solo: En esta etapa los niños poco a poco empiezan a leer solos y ya no necesitan a sus padres. La lectura será parte del ámbito de su intimidad y se convertirá en la brújula de una búsqueda personal a la que quizás los padres ya no estén invitados.
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